Basado en el
escrito de los recuerdos de D. José Morró Aguilar en 1888
Cuando el amor á la patria y a la religión anima
nuestros sentimientos y dirige nuestras inteligencias; cuando el principio de
unidad religiosa y de la emancipación sarracena impulsa á nuestros ilustres hombres
y soldados de la Edad Media á la reconquista de su territorio; cuando los reyes
y príncipes obtenían por ello señaladas victorias, y un éxito completo coronaba
sus más arriesgadas empresas, no es extraño que veamos levantar esos grandes
monumentos de arte que, como la Cartuja de Valdecristo, no sólo perpetúan un
hecho glorioso ó un acontecimiento extraordinario, sino que nos dan á conocer
el espíritu de aquella época, y cómo los monarcas agradecían á Dios los
señalados favores que de su omnipotencia constantemente recibían.
Hemos tenido ocasión de ver los esfuerzos que hizo D.
Martin para la fundación de aquel monasterio: asistiendo á la posesión de los
primeros monjes: hemos oído la primera misa que se celebró en la capilla
provisional, y hemos presenciado la colocación de la primera piedra de aquel
gran monumento.
Sigámosle en su edificación, y veremos los inmensos
capitales que en ella se emplearon, y el destino que sus departamentos
tuvieron.
Y por ultimo lleguemos, con tristeza, muy a nuestro
pesar, a su perdida y destrucción tanto de su recogimiento en el orden
espiritual, como su valor de ejemplo material, artístico y terrenal que ella
era, servía y representaba, para todos los hombres que la hicieron, vieron,
vivieron y supieron de ella.
El orden cartujano, que tuvo principio en
Grenoble (año 1084), por fervor de San Bruno y sus seis compañeros, bajo la
autoridad diocesana del obispo San Hugon, no tardó mucho en extenderse por toda
Europa, una vez aprobados sus Estatutos en 1160 por el Pontífice Alejandro III.
España fué
una de las naciones que más prontamente respondieron á este llamamiento
religioso, y Tarragona la primera ciudad que vio levantar cerca de sus muros la
famosa Cartuja de Scala-Dei. Fundada
ésta entre 1153 al 1167, por el Rey Don Alonso II de Aragón. Fué como el árbol que
vino á prestar sus frutos y á extender su sabia á las diecisiete Cartujas que posteriormente
se construyeron en España.
La segunda
que se edificó fué la de San Pablo de la
Marina ó “Maresme”, distante siete leguas de Barcelona, y que fundada
primeramente para monjes Benitos, posteriormente fué comprada por D. Guillermo
Mongriu, quien la dio á los cartujos en 1269.
La
tercera, que es la de Porta-Coeli situada
en el llamado entonces Valle de Lullen, á cuatro leguas de Valencia, la fundó
el Ilmo. Sr. D. Fr. Andrés Albalat, tercer obispo de la ciudad después de la
reconquista del Reino, poniendo la primera piedra, acompañado de los canónigos
y gente distinguida en 6 de noviembre de 1272.
La cuarta
lo fué la de San Jaime de Valparaiso,
en 1345, establecida en un pueblo de Cataluña llamado Terraza, por Doña Blanca
de Centellas. Esta Cartuja y la de San
Pablo llegaron á suma pobreza, por cuyo motivo el año 1434 se fundieron en
una sola, que se tituló de “Montealegre”.
Y llegamos
á la quinta, que fué la de Valdecristo, objeto especial de este
artículo. Únicamente el sentimiento que inspiran las bellezas artísticas; el
justo orgullo que á todos los que prestamos rendido homenaje al arte, deben
infundirnos las grandezas monumentales que
encierra nuestro Reino, y el deseo de que no quede en completo olvido
uno de los más grandes, más ricos y más artísticos de los monasterios de
España, ante cuyos escombros se postra hoy todavía el caminante y se indigna el
pensador, al ver que nada halla respeto ante el orgullo é ignorancia de los
hombres, es lo que hace reproducir la memoria del Monasterio de Valdecristo.
Lástima grande, es ocuparse de un Monasterio que hoy
no existe, y cuyas ruinas apenas nos dan á conocer el perímetro de lo que fué. Siempre
se ha relatado que aquel monumental edificio que no solo abrigaba eminentes y
virtuosos sabios y santos, sino que por sus riquezas se complacía en poseer
notabilidades obras artísticas de los autores de primer orden, y en dar
albergue á la caridad, manteniendo en tiempos de escasez á más de trescientos
pobres, aparte de lo mucho que favorecían á las órdenes mendicantes.
Estas noticias, avivadas con la vista constante
de objetos preciosos, que perteneciendo un día á aquel Monasterio, se ven hoy
por doquiera esparcidas en los pueblos circunvecinos y en museos que no tienen
concordancia con este Monasterios fueron el estimulante que obligó á buscar
noticias relativas á dicha importante fundación; Pero empecemos relatando su
historia:
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n el Reino de Valencia, provincia de Castellón y obispado de Segorbe,
á dos kilómetros por la parte Sur de esta ciudad, término de la villa de
Altura, distante de ella sobre 500 pasos, estaba fundado el Real monasterio de
Cartujos titulado de Valdecristo. Tristísimo era el estado de la Iglesia
Catolica al empezarse las obras de este convento: un pernicioso cisma, que
empezando por los Papas Urbano VI y Clemente VII, terminó á los cincuenta y uno
años con Martino V, afligía y perturbaba la paz de aquella, y las condiciones
del reino de Aragón, no eran tampoco las más á propósito para la construcción
de aquel monumento; pero la religiosidad y firmeza del Rey D. Martin vencieron
todas las dificultades que pudieran oponerse á semejante propósito.
En efecto,
fué fundado este Real monasterio el año 1385 por los magníficos y piadosísimos
Reyes D. Pedro IV de Aragón y sus hijos D. Juan y D. Martin, que sucesivamente
ocuparon aquel trono; los tres demostraron una gran propensión y deferencia á
la religión de la Cartuja; pero con especialidad reinó este gran afecto, desde
sus primeros años, en el infante D. Martin, según él mismo confiesa y testifica
en el libro de los amplísimos privilegios que dio á dicha Cartuja, cuyas
palabras textuales dicen así:
“ La fuente de la Sabiduría que
mana en las Alturas, saliendo de la Boca del Altísimo, cuyo agradable y suave ímpetu
alegra sobre la Celestial Ciudad, nos inspiró con Misericordia desde nuestra Infancia,
que hiciéramos edificar con mucho cuidado y piadosa Devoción, Una Casa al Rey
del Cielo, y Fundar un Monasterio para su sonora Alabanza.
Este deseo ni se lo llevó el
viento, ni desvaneció de nuestro afecto y voluntad como la Nube, antes al
contrario, nos hicimos más fuerte en El, etc., etc., “
Por estas
palabras se manifiesta como este piadoso Príncipe crecía en el deseo de
edificar la mencionada Casa; deseo y entusiasmo que se avivó con la familiaridad
y cariño que tenía con D. Bernardo Zafábrega, paje de su padre, y hombre tan
apasionado del orden cartujano que, á los pocos años de estar al servicio del
Rey, le pidió permiso para retirarse y tomar el hábito en el Monasterio de Scala-Dei.
El infante visitaba con gran frecuencia al ya Padre Zafábrega, no tanto para consolarse en
sus religiosas enseñanzas, como para continuar gozando de su trato y conversación
discretísima y agradable.
En este
tiempo cumplió el Infante veinte años, y determinó su padre casarlo con Doña
María de Luna, hija única D. Lope de Luna, Señor de la ciudad de Segorbe y
Conde de Luna, de los castillos de Castella y de Fuentes, el mayor de los
ricos-hombres por linaje, poder y Estados, y de Doña Brianda, hija de D.
Beltran, Conde de Agabiota, casamiento que se celebró en Barcelona en el mes de
Junio de 1372, y por el que el Rey D. Pedro en 6 de Julio de este año dio á su
hijo la baronía de Jérica, convertida en condado; de modo que el infante D.
Martin se titulaba entonces conde de Jérica y de Luna y señor de la ciudad de
Segorbe por su mujer que la recibió en dote.
Ni los
cuidados y deberes que le trae el matrimonio, ni las ocupaciones que tenia de
su padre, que eran muchas, pudieron no hacerle el acudir frecuentemente á verse
con su amigo el P. Zafábrega; y así por los consejos de éste, como por la
visión horrible que dice tuvo un día tomando la siesta, en que le pareció ver
bajar a Cristo Ntro. Señor á manera de Juez airado desde el Cielo á la tierra á
juzgar á los mortales, con todos los signos que el evangelista San Lucas dice que
han de preceder al Juicio final en el Valle de Josafat; resolvió desde ese
instante fundar la Cartuja que deseaba, para poder en alguna manera templar
aquel tan justo rigor que el Divino Juez había mostrado contra los hombres;
esto fue lo que culmino en sus deseos, y al efecto, empezó por escribir al Papa
Clemente VII, á quien entonces obedecían España y Francia, pidiéndole, con la
mayor sumisión, se dignase concederle las licencias necesarias para la
fundación de dicha Casa; Concesión que no tardó en conseguir del Pontífice, por
Bula dada en Aviñón á 21 de Abril del año de 1383, quinto de su Pontificado.
Igualmente escribió, suplicando dicha licencia al entonces vigésimo sexto
general de la orden Cartujana, Don Guillermo Reinaldo, quien la concedió en el
mismo día que el Pontífice, expidiendo á la vez mandato y orden á los PP.
Priores de Porta-Coeli y de Scala-Dei para que tratasen con eficacia el negocio
de la fundación con nuestro infante, dándoles cumplidas facultades para aceptar
el lugar y territorio que este ofreciere, si lo juzgaban apto y proporcionado,
y concediéndoles poder para poner en esta nueva casa los monjes y religiosos
que fueren necesarios, con nombramiento de Prior en quien mejor les pareciese.
Viendo, pues, D. Martin que ya tenía las
licencias indispensables para la nueva fundación, trató desde luego de buscar el
lugar más conveniente; pero no siéndole posible entonces determinarlo por sí,
puesto que su padre el Rey D. Pedro había mandado reunir Cortes en Monzón á 24
de Abril 1383, érale forzoso dejar sus Estados para acudir a ellas, encomendó
el negocio á personas de su mayor satisfacción, como lo eran el Ilmo. Sr.
Obispo de Segorbe D. Iñigo, Mossen Bouafat de San Feliu, procurador general de
sus Estados, y el Prior de Porta-Coeli
Don Simón del Castellets. Puestos de acuerdo estos comisionados, y deseosos de
corresponder á tan honrosa confianza, anduvieron los tres por las tierras del Infante,
y no encontraban en ellas sitio que les pareciese competente. Desde Monzón, insistía
con reiteradas cartas el príncipe, pidiendo se resolviesen; pero jamás les fué posible;
quizá porque no daban con el lugar en que Dios tenía determinado se fundase
dicha Cartuja.
En vista de ello, aunque ocupadísimo D. Martin en
los negocios de las Cortes, atormentado con los deseos de la nueva fundación,
determinó acudir él mismo para decidir la duda del sitio.
Ya de vuelta
en sus Estados, procuró inquirir entre los suyos si había alguna persona que hubiese
estado en Jerusalén y visto el Valle de Josafat, para que le pudiese dar,
cumplida noticia de aquel sitio. No tardó en encontrarla, pues casualmente era
venido de Tierra Santa por aquellos días un peregrino, á quien se le hizo
comparecer ante el infante, y por quien éste pudo enterarse de cuanto deseaba. Altamente
satisfecho con las noticias adquiridas, y admirado del talento y discreción del
peregrino, le mandó alojar en su palacio, deteniéndole algunos días, para que
visitase sus territorios y se determinase el sitio apetecido, de acuerdo con la
respetable comisión nombrada anteriormente por él.
Al efecto,
el 14 de Marzo de 1385, estando en su palacio de Segorbe, mandó reunir en Junta
á los Sres. Obispo de la ciudad. Procurador general de sus Estados y Prior de Porta-Coeli, y con audiencia del
peregrino y otros señores de la corte, se discutió todo lo necesario á dicha
fundación, determinando salir al día siguiente á recorrer los Estados del
Infante.
Miércoles
15 de Marzo, subieron todos á Jérica, en donde, después de haber visto todo su
término, descansaron aquella noche, para continuar los días inmediatos por el
de Segorbe, y al fin, el viernes 17 por la tarde, reconociendo unas masadas ó
granjas, que había en el sitio en que hoy se ven los restos del Monasterio, exclamó
el peregrino: “En todo lo que tengo visto no he hallado puesto que más se
parezca al Valle de Josafat, que esta hoya, ceñida por Altura y Segorbe, por
rodearla montes á semejanza de Jerusalén”. Con esta importante declaración y
por el acuerdo de todos los acompañantes, se determinó que una de las masadas ó
granjas fuese la elegida, y al cabo del valle se hiciese la Cartuja, dando
gracias á Dios por haber encontrado lugar tan a propósito para lo que deseaban.
Algunos, obedeciendo quizá á tradiciones antiguas,
han dicho que aquellos terrenos habían sido una pequeña aldea de moros llamada
"Canoves," destruida en tiempos posteriores á la Reconquista; pero
esto no debe ser cierto, pues en los libros que contienen los privilegios que
el Rey D. Martin concedió á la Cartuja, nada se dice de ello, y sí que había en
dicho sitio unas masadas ó granjas, propiedad la una de Miguel Just, la otra de
Doña Sevilla López, y la otra de D. Miguel Castellón, notario, vecinos todos de
Segorbe.
Determinado ya el lugar, y convenido lo que debía
hacerse para la fundación, el infante, sin pérdida de momento, compró las
referidas granjas y otras tierras circulantes, más la aportación de 4.000
libras él, y 2.000 su mujer Doña María, con 60 cahíces de trigo anuales para el
sustento ordinario de los religiosos, todo ello se hizo entrega al Prior de Porta-Coeli D. Simón de Castellets, el
cual lo aceptó é incorporó todo á la Religión en nombre del Padre General de la
Orden Cartuja D. Guillermo Reinaldo. Este acto, que se celebró con la mayor
solemnidad y regocijo, tuvo lugar en la Catedral de Segorbe, el 18 de Marzo de
1385, sábado, vigilia del Domingo de Pasión al cantar el Coro el himno “Vexilla
Regís prodeunt”; hallándose presentes á tan grandiosa ceremonia, además del Infante
D. Martin y el padre Simón de Castellets, el Ilmo. Señor Arzobispo de Tarragona
D. Iñigo, el Obispo de Segorbe, del mismo nombre, los señores obispos de
Huesca y Gandía, con otras notabilísimas
personas del Reino y el Cabildo de la Catedral. Al día siguiente, domingo 19,
el mismo infante dio públicamente á su nueva Casa el título de Valle de Jesucristo, que abreviado llamamos
Valdecristo, según se infiere de
estas palabras de la fundación:
"La nueva Casa llámese Valle de Jesucristo, y queremos que así se
llame, á semejanza y devota memoria de aquel Santísimo Valle de Josafat, en el
cual sin ninguna duda y con toda fidelidad creemos aparecerá Nuestro Señor
Jesucristo en el día del Juicio sobre una blanca nube acompañado de una
multitud de Ángeles y Bienaventurados, con los cuales nos haga poner y colocar
á su Diestra por las buenas obras que con su Gracia hemos hecho é hiciéremos en
adelante, etc….”.
Concluidos estos actos, D. Martin pidió con las
mayores instancias al Prior de Porta-Coeli,
que en virtud de la autoridad que tenía concedida, mandase venir de Scala-Dei los monjes y religiosos que le
pareciesen necesarios para la administración espiritual y temporal de la nueva
Casa, pues gustaba fuesen de aquella, y que sobre todo, no dejase de venir su
amigo el Padre D. Bernardo Zafábrega. En cumplimiento de esta petición, el
Padre Don Simón de Castellets escribió á Scala-Dei,
ordenando bajo santa obediencia que, recibida la patente, viniesen de aquella
Cartuja cuatro monjes y dos conversos, número que estimó necesario para la
nueva fundación.
Entretanto,
el Prior de Porta-Coeli envió un
religioso para que reparase y distribuyese las masadas de manera que pudiesen
habitarlas los religiosos; y así procuró disponer algunos aposentos en forma de
celda y una capilla para celebrar los Divinos Oficios, según la costumbre
cartujana. A la vez escribió también el infante Don Bernardo Zafábrega, dándole
razón y cuenta de lo que había hecho hasta entonces en su nueva fundación, y persuadiéndole
viniese luego con sus compañeros, según consta de su carta fechada en
Benaguacil á 27 de Marzo de 1385. En virtud de estas cartas, pues, el Prior de Scala-Dei Don Juan Berga mandó venir,
recibidas las patentes, á los padres D. Arnaldo Ardueni, D. Bernardo Zafábrega,
D. Juan Fernando y D. Francisco Zaplana, monjes sacerdotes, y á Fr. Guillermo Despuig
y Fr. Antonio Zaplana, religiosos conversos, los cuales partieron de aquella
Cartuja el tercer día de Pascua del Espíritu Santo, á 23 de Mayo del citado año
1385, para ser las piedras fundamentales del nuevo monasterio.
Llegados á Porta-Celi
en primeros del siguiente mes, lo pusieron en conocimiento del Infante, que se
hallaba á la sazón en Liria, y como eran tales los vehementes deseos de éste,
que no daba reposo á su conciencia hasta ver levantada pronto la nueva Casa,
abandonó inmediatamente aquella población para reunirse con los religiosos en Porta-Celi. Desde aquí avisó al Obispo y
al Justicia de Segorbe, que el día 5 haría su entrada en esta Ciudad,
acompañado de los citados monjes, á quienes deseaba se les recibiese con
señaladas muestras de atención, ya que venían á ser las primicias de su nuevo
convento.
Dispusiese el recibimiento con la severidad propia
de todo acto religioso, á la vez que con el regocijo natural del pueblo, que,
tomó una gran parte en esta magnificación, y el día 5 por la tarde hospedó
Segorbe al Infante, su señor, al padre Don Simón de Castellets y á los seis
venerables varones que les acompañaban. Y como en las citadas masadas ó granjas
todo estaba ya preparado, pues habían sé dispuesto algunos aposentos y una
capilla para celebrar los Oficios Divinos, el Infante, que no quería demorar
más aquel acto, determinó darles cuanto antes la posesión y poner la primera
piedra del gran monumento que pensaba edificar.
Al efecto, procurando desplegar la mayor
solemnidad y regocijo, con la asistencia y acompañamiento del Obispo y clero de
la Catedral, multitud de convidados y un inmenso gentío de todos los pueblos
circunvecinos, en la mañana del 8 de Junio de 1385, día de la octava del
Corpus, salieron procesionalmente de la ciudad al sitio destinado, donde se dio
posesión de la nueva Casa á los mencionados frailes, se celebró la primera misa
en la citada capilla, y se colocó la primera piedra del grandioso edificio
titulado Cartuja de Valdecristo, gobernando en aquel momento la Iglesia Católica
los dos Pontífices Urbano VI y Clemente VII, rigiendo estos reinos el Rey D.
Pedro IV de Aragón, y estando al frente de la Orden el reverendísimo padre Don
Guillermo Reinaldo, á los 301 años que existía ya la institución cartujana.
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ran gozo tuvo el infante D. Martin al ver ya creada su nueva Cartuja y
destinada al servicio de Dios. Faltábale, sin embargo, un pastor espiritual que,
formando á la cabeza de aquella pequeña congregación, la gobernase con sus
enseñanzas, la confortase con su ejemplo y consejos, y la aumentase con su
predicación evangélica; y al efecto, escribió nuevamente al general de la Orden
para que se sirviese nombrar el prior de esta casa, dándole conocimiento de todo
lo hecho hasta entonces, y pidiéndole licencia para que su mujer Doña María de
Luna pudiera entrar una vez al año en aquel monasterio, con una compañera
honesta, después que estuviese acabada la obra y hecha la clausura. El
reverendísimo P. Don Guillermo Reinaldo, contestó al infante con fecha 22 de
Julio de 1385, lo siguiente:
"Ínclito y prepotente Señor: Todo lo que me
escribisteis y mandasteis por el portador de éstas, lo encomendé y encomiendo en
ellas á nuestro venerable hermano Don Simón de Castellets, ahora Prior de
Escala Dei, dándole facultad de incorporar de nuevo en Nuestra Religión, Vuestra
Casa del Valle de Jesuchristo, y de proveerla de Rector según el beneplácito de
Vuestra Voluntad, y de hacer todo aquello que pareciere necesario á Vuestra
Magnificencia, para la disposición del Derecho, Rector y personas de la
Religión, que en ella residen, á las cuales por estas Letras concedo Tricenario.
Lo demás que pueda entrar cada año en Vuestro Monasterio Vuestra Mujer Doña
María con una Compañera honesta, después que estuviese edificado, no puedo yo concederlo,
porque mas pertenece esta licencia al Capítulo General, lo cual como confió no
os negará en tiempo y lugar oportuno, queriéndolo así Ntro. Señor Jesuchristo;
el cual os encamine y conserve Vuestro Estado con toda prosperidad.
Dada en la Gran Cartuja a 22 del Mes de Julio del año 1385.
De Vuestra Excelen. humilde Siervo.
El Prior de la Gran Cartuxa
indigno...”
Con la misma fecha recibió también el entonces
prior de Scala Dei, Don Simón de
Castellets, el mandato del General, encomendándole que según la voluntad del
Infante D. Martin, proveyese á la casa de Valdecristo de rector, á quien por
aquellas letras le concedía facultad de recibir novicios al hábito y á todos
los estados de ella.
El Infante, que en estos asuntos quería proceder
con todo el acierto posible, aunque tenía particular inclinación hacia su amigo
el Padre Bernardo Zafábrega para rector y prelado de dicho convento, investigó
los ánimos y consultó la opinión de los otros religiosos venidos para la
fundación, y advirtió cierta tendencia y decidido afecto hacia el P. Don Juan
Berga, cuya suave condición, especial virtud y entendido gobierno, habían
experimentado ya en su casa de Scala Dei;
y no queriendo contrariarles en lo más mínimo, propuso para primer rector de su
nueva casa al citado P. Don Juan Berga.
Aprobado este nombramiento por Don Simón de
Castellets, y comunicado al entonces prior de Porta-Coeli, no tardó este muchos días en dejar aquella cartuja
para tomar posesión del rectorado de Valdecristo
en 15 de Agosto de 1385; rectorado que fué convertido en priorato por el
Capítulo general, que se celebró en el inmediato año 1386.
Al día siguiente de la toma de posesión, reunida
ya esta nueva comunidad, de acuerdo con D. Martin, eligió á Don Arnaldo Ardueni
para el cargo de Vicario, y á D. Bernardo Zafábrega para el de Procurador Conrel
(electo). Los primeros que en esta casa tomaron el hábito de manos de Don Juan
Berga en 1386, fueron, como monje, D. Juan Jorbas, y como converso. Pr. Matheo
Azemari.
Si el pensamiento y propósito de Don Martin
habían tenido su debido cumplimiento en la parte religiosa, no sucedía así en
la parte artística, ó que pudiéramos llamar profana. El infante, á la vez que
concibió la idea de crear una nueva Cartuja, de dotar á la Iglesia de un nuevo
convento, pensó revestir á éste de toda la suntuosidad y grandeza posible,
edificándole de manera que, adelantándose al renacimiento del arte, diese á
conocer á las generaciones venideras el impulso que en aquella época iba
recibiendo este por la cooperación de reyes y nobles. Y es que el rey D.
Martin, sino el iniciador del movimiento literario y artístico que en tiempos
de Juan I empezó á nacer en Aragón, y especialmente en Cataluña, por la creación
del consistorio de la Gaya, “El alegre saber”, fué al menos el que mayor
impulso procuró darles, dotando á esta sociedad espléndidamente; asistiendo en persona
á las reuniones de aquel Congreso Literario; instituyendo diferentes premios, que
eran adjudicados en públicos certámenes; tomando además gran interés por estas
justas de la inspiración; y de este modo, la literatura lemosina recibió el
gran desarrollo que se nota en tiempos de D. Fernando de Antequera; y cuyos
efectos aun se hacen sentir en la cultura, no sólo en Cataluña, sino también en
Valencia, donde la lengua de “oc” tuvo constantes cultivadores.
No es extraño, pues, que estas aficiones literarias
y artísticas del rey D. Martin se dieran á conocer en todos sus actos y en
todas sus manifestaciones, y que, como Felipe II, pretendiese edificar un
monumento que inmortalizase su nombre, á la vez que honrase con ello al Supremo
Hacedor.
Pero ni la España de Pedro IV el Ceremonioso, ni
la de D. Martín el Humano, era la de Felipe II, ni D. Martín era todavía rey
cuando quería empezar las obras del referido monasterio. Necesitaba, para
llevar á cabo su pensamiento, mayores capitales y medios de los que entonces
podía disponer, y así procuró la cooperación de su padre D. Pedro, no solo para
que la fundación fuese real, sino también para que le ayudase con algunos
donativos y rentas.
El rey aceptó el pensamiento de su hijo con tanto
placer y generosidad, que tomando por su cuenta la continuación de la obra, le
dio el título de Fundación real; confirmó nuevamente los donativos y rentas que
para ello habían destinado D. Martín y Dña. María de Luna; incorporó á la
Cartuja el gran molino de Xérica, con todas las regalías y herbazas de la
población y su Tenencia; aumentó la dotación del convento en 1.000 libras
anuales, y destinó á la edificación grandes sumas, á pesar del estado
relativamente mísero y pobre á que por incesantes guerras interiores y
exteriores, había quedado reducido el hermoso suelo del entonces reino de
Aragón, y por las pretensiones y turbación constante de los partidarios de la
Unión.
Pero aun así todas estas concesiones constan
confirmadas por el Real Privilegio dado en Barcelona en 30 de Enero de 1386,
que comienza: “Iti Dei nomine et beatce
Virginis María?...etc., etc”.
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mpezóse la obra de dicha Cartuja en el mes de Marzo de 1386. Los
religiosos á la sazón reunidos en aquellas masadas, no podían cumplir con las
reglas de su instituto, ni podían continuar por mucho tiempo aquella forma de
vida. Había que acudir, pues, á lo más preciso, y al efecto, lo primero que se
mandó edificar, fué un claustro y seis celdas, junto á las cuales se hicieron habitaciones
para el Infante y su esposa, donde se retiraban ambos siempre que las
ocupaciones de sus Estados les daban lugar. Poco tiempo después se dio
principio á la obra de la iglesia de San Martín, que, si fué la primera en
edificarse, ha sido la que más han respetado los tiempos (lo poco que hoy
todavía se conserva, aunque convertida—¡oh ignominia.'—a sido utilizado como
establo y pajar y al final destrucción).
Con el fin de dar verdadero impulso á estas
edificaciones, el rey D. Pedro mandó que trabajasen en ellas todas las aljamas
de moros de Segorbe, Altura y Vall de Amonacid, contribuyendo estos pueblos con
el trajín, piedra de cantería, maderas, carruajes y pertrechos necesarios.
No puede determinarse ciertamente quién sería el artífice
que estaba al frente en la construcción de la primitiva iglesia, claustro y
celdas; pero se cree fundadamente fuese Juan Pedro Terol, afamado maestro de
albañil, vecino de Segorbe, pues consta por un escrito original, extendida en pergamino
y autorizada por el notario público de Segorbe D. Bartolomé Dinsa, en 3 de
Octubre de 1387, conservada en el archivo de esta Cartuja, que el Conrel
(electo) D. Bernardo Zafábrega, con orden del Infante, había entregado á Juan
Pedro Terol, Maestro albañil, á cuenta de la obra de iglesia y Claustro, la
cantidad de 100 florines de oro de Aragón. ¡Lástima grande que no hayan podido
reunirse todas las apocas justificantes de las entregas particulares que á
dicha cuenta se iban dando. El P. D. Joaquín Vivas dice que eran muchas, y,
tacha a los Padres antiguos de descuido por no haberlas conservado, ó no
haberlo anotado para memoria de lo venidero. Lo cierto es, que trabajando
continuamente todas las aljamas de moros antes mencionadas, contando con
abundancia de medios y de capitales, estas obras duraron más de trece años.
Verdad es, que se hicieron á la vez grandiosos subterráneos,
destinados á cisternas, pozos y bodegas, y que para el desagüe, se construyó el
magnífico acueducto que, empezando en la bodega llamada de San Martín,
terminaba en el barranco próximo á la Cartuja por la parte del mediodía.
Concluida la obra de la iglesia en los últimos días
del mes de Diciembre de 1490, difiriese su consagración hasta el mes de
Noviembre del siguiente año, porque el ya rey de Aragón D. Martin quería
asistir personalmente á aquella ceremonia y darle toda la suntuosidad y
magnificencia posible.
En efecto, desembarazado de las grandes
ocupaciones que el gobierno de Aragón y de Sicilia le proporcionaba, y
altamente reconocido á las gracias y constantes favores que recibía de la Providencia,
quiso desplegar en aquel acto toda su grandeza, y convocando á los nobles é
invitando á todos los prelados de su reino, el día 5 de Noviembre de 1401 llegó
el rey á su casa de Valdecristo,
acompañado de su corte y de un séquito brillante, compuesto de nobles, prelados
y ricos hombres de estos reinos, y el día 13 del mismo mes y año se celebraron
con extraordinaria solemnidad las severas ceremonias de la bendición y
consagración de la iglesia, que fué dedicada al obispo San Martin, como especial
patrono del rey.
Verificáronse estos actos religiosos por el
reverendísimo padre D. Fray Antonio, arzobispo de Athenas, hallándose presentes
con D. Martín y su corte, el conde de Prades y numerosa nobleza de estos
reinos, el cardenal de Cathania, D. Pedro de Serra; D. Dalmau, arzobispo de
Tarragona; D. Francisco, obispo de Segorbe y Albarracín; D. Hugo, obispo de
Valencia; D. Antonio, obispo de Tortosa; D. Domingo, obispo de Lérida; D. Juan,
obispo de Elna; D. Andrés, obispo de Gerona; D. Juan, obispo de Tarazona y D.
Jorge, obispo de Vich. Todos juntos concedieron 380 días de indulgencia á todos
los que en el día de la Dedicación visitasen dicha iglesia.
Terminada la bendición y consagración, el rey
colocó sobre el altar mayor un relicario preciosísimo de oro, en el que puso
una magnífica y riquísima cruz de Lignum Crucis; ordenó que se trajesen
reliquias de San Martín y de otros muchos santos para depositarlas en este
templo, y para su adorno, multitud de ropas preciosas y casullas de su real
capilla; y por último, mandó que se trajesen los cuerpos de D. Luis Coronel y
D. Dalmao de Cerbellón, caballeros y ricos-hombres de Aragón, muy estimados de
nuestro rey, que habiendo muerto en aquel tiempo, quería que se les depositase
en dos ricas urnas fijadas en el testero de la pared de dicha iglesia,
colocando junto á ellas banderas, paveses y escudos con sus divisas y armas.
Concluidas estas solemnes ceremonias, viéndose D.
Martin más poderoso con el título de rey, dio nuevas alas á sus magnánimos
deseos en favor del engrandecimiento de esta su casa, y no contento con las
edificaciones hechas, y con haber confirmado y ampliado los privilegios y
donaciones concedidas por su padre y por su hermano que, como reyes anteriores
á él habíanse declarado también fundadores de este Convento, pretendió edificar
otras obras mucho más suntuosas y artísticas, en armonía con sus grandes
aspiraciones y poder; pero los acontecimientos que entonces se iban
desarrollando en el reino de Aragón, no permitían que continuase por más tiempo
en la Cartuja, y fue preciso aplazar estos proyectos para una época posterior.
La muerte
de la mujer del rey de Sicilia, su hijo, y las negociaciones para darle nueva
esposa por una parte, y por otra, las luchas intestinas entre los ricos-hombres
y caballeros, al frente de cuyos bandos aparecen los Gurreas y los Lunas, los
Centellas y los Soleres, los Lanuzas y los Cerdán, hicieron necesario en 1404
la convocación de las Cortes generales de Maella, á las que asistió el rey,
aunque enfermo, con el clero, ricos-hombres, caballeros y procuradores, y
después de hablar en un largo discurso de los males que sufría el país por las
discordias suscitadas entre los nobles, concluyó exponiendo que quería dar
orden para que su hijo el rey de Sicilia viniese á Aragón, á fin de que
jurándole como sucesor suyo, viese y entendiese por sí mismo cómo los monarcas
de este reino debían guardar y conservar las libertades de la tierra.
En esta ocasión, habiendo venido el rey de
Sicilia con dicho motivo, fue cuando, después de las ceremonias del recibimiento
y juramento como príncipe heredero, su padre D. Martín quiso traerle á la
Cartuja de Valdecristo para que, tomando posesión de ella, rindiese un tributo
de agradecimiento al Señor, poniendo por su mano la primera piedra de las
nuevas edificaciones que intentaba realizar en esta casa.
Llegados á ella en los primeros días del mes de
Abril de 1405, dispusieron todo lo necesario de pertrechos y materiales para
dar principio á la nueva y magnífica obra de la iglesia mayor y claustro
llamado de mármoles, y el día 20, después de celebrar solemnemente los oficios
divinos en la iglesia de San Martín, y una misa que dijo el Ilustrísimo Sr. D.
Iñigo de Valltera, arzobispo de Tarragona, con asistencia de los reyes y su
corte respectiva, multitud de obispos y la mayor nobleza de Aragón y de
Sicilia, el príncipe D. Martín puso la primera piedra de la nueva iglesia y
claustro, piedra que según unas memorias antiquísimas conservadas en el archivo
de dicha casa, era notabilísima en el artificio, “miraculosa factus”, de figura especial, al modo de la montaña de Montserrat,
abierta por medio, en cuya hendidura puso el rey su padre la segunda piedra,
que era una cruz de mármol con muchas reliquias y alhajas, encajadas en ellas
algunas monedas y documentos de aquella época.
Algunas sublevaciones que por entonces tuvieron
lugar en Sicilia, apresuraron la marcha del príncipe á aquella isla (Agosto
1400), quedándose los reyes de Aragón algunos días más en esta casa, durante
los cuales, queriendo Doña María coadyuvar á la grandeza de este convento, y
hacer por su cuenta alguna obra que llevase impreso el sello de su generosidad,
mandó edificar á sus expensas el claustro grande, y alrededor y sobre él, doce
magníficas (celdas con sus huertos, la prioral y nuevas habitaciones para ella
y su esposo, con comunicaciones á la iglesia, señalando de sus rentas diez mil
florines anuales hasta que se acabase la obra.
Los reyes venían con frecuencia á esta casa, en
la que descansando algunos días, dirigían por sí mismos las citadas obras, asistían
al coro de día y de noche, como si fueran los más fervorosos cartujos: hasta
que la inesperada y desconsoladora muerte de Doña María de Luna, en Villareal,
á 29 de Diciembre de 1406, y posteriormente la necesidad de asistir á su corte
en Barcelona y Valencia, obligaron á D. Martín á dejar pasar algún tiempo sin
visitar la Cartuja.
Sin embargo, subdelegaba en sus ausencias al P.
Zafábrega, y á pesar de sus muchas ocupaciones, no olvidaba nunca á su casa de
Valdecristo; consta por varias cartas conservadas en el archivo de la Cartuja,
que el rey se quejaba con frecuencia á su amigo D. Bernardo Zafábrega, de que
no escribiese sobre el convento, ni le diese cuenta del estado de sus obras, y
consta igualmente que, para la prosecución de estas y para engrandecer cada vez
más esta Cartuja, hizo por entonces grandísimas donaciones y privilegios, que
por su importancia y por las grandes consideraciones á que se prestan no hay
que dejar de consignar en estos recuerdos históricos.
O
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portuno es ahora hacer á grandes rasgos la biografía de la Reina, porque
si motivos de afecto y agradecimiento tenía á la Cartuja de Valdecristo para
con su Rey D. Martin el Humano, no menos debiera tenerlos para con Doña María
de Luna, siendo como era ésta, la que alentaba aquel espíritu; la que
fortalecía é inclinaba aquel ánimo con sus consejos; la que vivificaba con su
talento y con los sentimientos de su magnánimo corazón, las grandes empresas que
el Rey llevaba á cabo; pero hay que hacer constar, que la Cartuja de Valdecristo debió á la generosidad de aquella Reina su magnífica
Iglesia mayor y el gran claustro que circundaba los cementerios; que Segorbe conserva
como recuerdo constante de Doña María de Luna, el hermoso canal de riego,
denominado acequia nueva, que, desde aquella época, viene fertilizando sus
campos, constituyendo el venero riquísimo de su abundante producción: que el
entonces valle de Toliu, término de Sagunto, hoy de Gilet, mantiene en pié con
orgullo, el gran Convento de Sancti
Espiritu fundado por dicha Señora en 1402 y dotado por ella con siete mil
sueldos anuales sobre la Vall de Almonecid y Paterna, por sus privilegios; el
convento de Poblet, tenía preciosas
reliquias y objetos del culto debidos á su munificencia, y que no hay pueblo,
donde pusiera su pie Doña María, que no guarde restos más ó menos valiosos de
su generosidad y poder. No es de extrañar, pues, que teniendo en cuenta tan
especiales condiciones de carácter, y atraídos por las bellísimas cualidades que
como Reina y como esposa la adornaban, el pueblo aragonés y valenciano sintiese
sobremanera su muerte, y su duelo general acompañase al Rey en su acerbo dolor.
Don Martin, desconsolado por tan irreparable
pérdida y quebrantada su salud por las enfermedades que ha tiempo le aquejaban,
presintió no estar muy lejana su última hora, y no queriendo que la Cartuja de
Valdecristo careciese en lo sucesivo de grandes rentas para la terminación de sus obras y para la prosecución
desahogada de su instituto, procuró dar el último rasgo de su generosidad,
dotando á dicho convento de nuevos y mayores beneficios.
En efecto; por una Real Cédula, expedida en
Valencia á primero de enero de 1407 Don
Martin hizo donación á la Cartuja de Valdecristo de los lugares de Altura y
Alcublas, con todos sus derechos, pertenencias, montes, aguas, acequias,
jurisdicción alta y baja etc.etc. En virtud de esta donación, el Prior D. Pedro
de Podiolo y el procurador D. Bernardo Zafábrega, tomaron posesión dé las
villas de Altura y Alcublas, en 26 y 28, respectivamente, de Marzo de 1407.
Otro de los privilegios concedidos á Valdecristo está fechado en la misma
Cartuja á 2 de Agosto de 1407. En ocasión en que Don Martin se había retirado por
algunos días á esta su Casa, buscando lenitivo á su dolor y algún consuelo á su
espíritu, teniendo quizá en cuenta que había edificado un Monasterio, en el
que, por sus estatutos, estaba prohibido comer carne, expidió la Real Cédula,
ordenando:
1º.Que se concedía al Convento un gran trozo de
tierra inculto en el término de la villa de Xérica (que eran las vertientes del
rio, entre este y el castillo, de una pared á otra) y se mandaba que nadie
pudiese cazar zírogrillos (conejos), ni pescar en el rio de aquel Distrito.
2º.Que no pudiese impedir á los monjes de
Valdecristo en y por todo el término de Segorbe el poder cazar zirogrillos, ni
tampoco pescados en dicho rio, bajo la pena al contrafaltante de mil florines
de oro de Aragón, aplicados, la tercera parte á Su Majestad la otra tercera
parte al Monasterio de Valdecristo y
la restante al acusador.
3º.Y que se daba permiso y facultad á dicho
Convento para poder pescar barbos, en todo el rio, sus foces y pozos de Xérica
y de la Ciudad de Segorbe, mandando al Baile general de Valencia, á los
Justicias de Segorbe y Xérica y sus gobiernos, que bajo la pena dicha, nadie
impidiera al citado Monasterio la venación de zirogrillos ni pescados.
Por este mismo tiempo, el Jurado de Valencia, á petición
de Don Martin, concedió a Valdecristo
el privilegio de que no pagase ''Lo Dret
de peaje en lo Bacalao, Toñina y demes coses que es compren pera servisi de la Casa.''
De la misma manera, deseando que el Convento
gozase de un poder completo casi absoluto, en los territorios concedidos, suplicó
al Papa Benedicto XIII uniese á esta su Casa las Décimas Episcopales de las
villas de Altura y Alcublas. El Pontífice no tardó en acceder á esta petición y
por Bula despachada en Perpiñán á 10 de Setiembre de 1408, se sirvió incorporar
perpetuamente á Valdecristo, toda la parte de décimas de cualesquiera frutos
que, en los territorios de las mencionadas villas perteneciesen á la “Mensa episcopales” de Segorbe. Sin
embargo, no queriendo perjudicar los derechos adquiridos por el Obispo de dicha
ciudad, expidió, otra Bula, bajo el mismo calendario, dirigida al Prior de la Cartuja, ordenándolo que se pusiese de
acuerdo con el señor Obispo y convinieren la forma y manera cómo debiera
llevarse á cabo la concesión.
En su virtud Don Francisco Baguer, Obispo
entonces de Segorbe y Albarracín, renunció solemnemente a todo; su derecho á
los frutos ó décimas de Altura y Alcublas, en favor del Monasterio de Valdecristo, con la condición, de que éste
había de satisfacerle dos mil trescientos sueldos anuales (que era el precio porque
ordinariamente se arrendaban aquellos frutos decimales) durante su vida, ó al
menos mientras fuese Obispo de Segorbe.
Para que pudiera darse la posesión al Convento
conforme lo acordado entre ambas partes, D. Francisco, que á la sazón estaba en
Barcelona, mandó escritura de poder otorgada ante el Escribano Don Gabriel Canielles
en 29 de Noviembre de 1409, a favor de Mosén Ramón Ramo, Rector de la Iglesia parroquial
de Sot de Ferrer, quien dio públicamente la corporal posesión de la citada
parte de décimas episcopales al procurador de Valdecristo, Don Bernardo
Zafábrega, en la plaza de Altura y sobre una alta plataforma, que al efecto se
levantó, “cum bono amore et gratuita voluntate” de todos los que asistían al
acto, y sin contradicción de algún impedimento ni mala voz, según es de ver de
la escritura de posesión autorizada en 24 de Enero de 1410, por Don Pedro
López, Escribano de Corte de la expresada Villa de Altura.
N
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o faltaron por este tiempo á Don Martin grandes y dolorosísimos
disgustos que aceleraron su muerte. El fallecimiento de su hijo el Rey de
Sicilia y la falta de sucesión á su corona, le tenían completamente abatido; y
aunque los nobles y vasallos de su privanza le obligaron á contraer segundo
matrimonio con Doña Margarita de Prades, esto no fué bastante á levantar aquel
ánimo decaído, y residiendo en Barcelona, se sintió atacado de un repentino accidente
que acabó con su vida el día 31 de Mayo de 1410, sin tener la satisfacción de
ver terminadas las obras de su privilegiado Monasterio
de Valdecristo, objeto de uno de los más grandes cuidados y atenciones
durante su vida.
Verdadero luto produjo en el Convento la muerte
de D. Martín; solemnes exequias se celebraron en sufragio de su alma y pocos
años después en 5 de Mayo de 1422, los monjes, reunidos en Capítulo, tomaran
varios acuerdos sobre la manera de perpetuar y honrar en lo sucesivo la memoria
de su fundador.
E
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l Convento quedó entonces en la más completa orfandad. Las cuestiones suscitadas
para determinar el legítimo heredero del reino: la escasa protección que D.
Fernando de Antequera prestó á Valdecristo,
á pesar de las peticiones y ruegos del V. P. D. Bonifacio Ferrer: el poco
interés que por el Convento se tomó el Conde de Luna y Señor de Segorbe, D.
Fadrique, hijo natural del Rey de Sicilia, todo fueron concausa para que se
amenguasen los donativos y no se cobrasen, con verdadera regularidad, las
pingües rentas que al monasterio había dejado D. Martín; sin embargo, los
monjes de Valdecristo, gobernados, á raíz
de la muerte de su fundador, por el V. P. D. Bonifacio Ferrer, fortalecido por
los sabios y santos consejos de San Vicente Ferrer, que consta estuvo dos veces
en esta Cartuja durante la permanencia de su hermano, no desmayaron un
instante, ni consintieron que un sólo día se paralizasen aquellas
edificaciones, antes por el contrario, pusieron todos su empeño en que al menos
la fábrica de la Iglesia mayor y el claustro grande que cerraba el cementerio
nuevo, continuase hasta su terminación con el esplendor y costosísimo rumbo que
había sido comenzada.
Al efecto, aparece de un manuscrito del P.
Alfaura, que D. Bonifacio Ferrer, General de la Orden, hizo grandes donativos y
á sus ruegos se recogieron cuantiosas limosnas de algunos particulares.
En 1428 se terminó la obra de la iglesia mayor y
desde luego se bendijo para poder celebrar en ella divinos oficios. Su
consagración no tuvo lugar hasta una época muy posterior, porque Alfonso V. el
Magnánimo, al ser invitado por los monjes, que le recordaron la suntuosidad
conque había sido consagrada la Iglesia de San Martin, prometió asistir á dicha
ceremonia; pero las contiendas de sus hermanos con Juan II de Castilla y
especialmente las continuas guerras de Napóles y Gaeta, no le dejaron un
momento de reposo y le impidieron cumplir tan grato deseo.
Pasó más de un siglo sin que los monjes se
ocupasen de este asunto, hasta que en el año 1549, el Prior D. Gerónimo Alpont
reprodujo la idea en el Capítulo, y éste acordó llevarla á cabo con toda la
solemnidad posible. A este efecto, fué invitado el Virrey de Valencia D.
Fernando de Aragón, Duque de Calabria, quien lo acepto gustoso, vino á la
Cartuja con gran acompañamiento de Obispos, nobles é insignes varones, entre
ellos D. Juan Segrián, Obispo Cristopolitano y D, Fr. Miguel Maiques, Obispo
Tarcense del sagrado orden de los Hermitaños de San Agustín.
El domingo 13 de Octubre del año 1549, tuvo
lugar, con inusitado esplendor, tan grata ceremonia, con los preciosos
ornamentos que regalo D. Fernando, consagrándose por el Obispo Tarcense la
iglesia y altar mayor, en honra y gloria de la Santísima Virgen María, de San
Juan Bautista y de las reliquias de todos los santos, que se encerraron en
dicho altar, correspondientes á Santiago Apóstol, San Jorge y San Jacinto Mártires,
San Martín Obispo y Santas Clemencia y Celestina, del número de las once mil
vírgenes; concedieron los obispos un año de indulgencias á los que en aquel día
visitaron dicha Iglesia y 40 en el de su aniversario, siempre que se dejara de
limosna veinte libras.
Este anchuroso y hermosísimo templo fué
construido por el maestro albañil Juan Pedro Terol estaba formado de una sola nave muy elevada.
Viciana dice: '"que era una de las Iglesias más hermosas y bien acabadas
del reino". Pertenecía al orden gótico y si bien en un principio su
ornamentación era muy sencilla, se renovó y mejoró con excelente gusto
arquitectónico en el año 1633, en que se abrieron ventanas para darle más luz,
se adornó la bóveda con molduras y floroncitos de talla, se reformó la cornisa,
y se hicieron las pilastras de medio relieve ó resaltadas.
El total coste de esta reforma fué de 3000 libras
que se pagaron, según diversos albaranes al arquitecto Martín Dorinda ó de
Olindo, maestro de la obra. El cimborio y el campanario nuevo se construyeron
posteriormente, en1665, por el albañil Juan Claramunt, á quien le dieron por
todo ello, según consta también de varios albaranes, 2800 libras. El magnífico
atrio que se edificó delante de la Iglesia, en la plaza, lo hizo el albañil
Miguel Magaña de Segorbe, por 990 libras.
Otra de las obras más importantes que quedaron en
construcción al fallecimiento de D. Martín y que los monjes tenían más interés
en terminar, era el claustro grande con sus celdas. Formaba éste un paralelogramo
cuyos lados medían sobre sesenta metros de largo por treinta de ancho, su
estilo era ojival y por la parte que lindaba con los cementerios, estaba
formado por arcadas, ó medios puntos de piedra labrada sostenidos por bellas
columnas estriadas del orden corintio que se repetían de dos en dos metros.
Sobre él, y á su alrededor, se construyeron las celdas, cada una de las cuales
tenía tres departamentos, con puerta y ventanillo al claustro, y un pequeño
jardín, al que se descendía por una escalerilla interior.
Eran en todo diferentes, por su capacidad y adorno,
la celda prioral y la destinada para el General de la Orden, así como la Sala
Capitular, la Biblioteca y el Refectorio. Consta que la Sala Capitular se
terminó en el año 1414 y se inauguró celebrando, en el mes de Mayo, uno de los capítulos
generales, convocados y presididos por el V. P. D. Bonifacio Ferrer, con
asistentes de todas las Cartujas de la Orden en Francia y España.
El
Refectorio, del que tan poco uso hacían los cartujos porque se le servía el
alimento necesario por las ventanillas de sus celdas, era una pieza muy
despejada, chapadas sus paredes hasta unos dos metros de altura de azulejos pintados
con jarrones y caprichosos dibujos, y se concluyó el año 1456, siendo el día de
Todos Santos la primera vez que los conventuales comieron en él.
Construíanse á la vez, en el gran rectángulo circunscrito
por el claustro mayor, los nuevos
cementerios para monjes, legos y criados, separados unos de otros por un andén
de poca elevación, y en uno de los ángulos del destinado á los monjes, se
levantó una capilla con su torre circular llamada de las Almas, porque servía
de capilla ardiente al fallecimiento de algún religioso. En 1415 se terminaron
estas obras, y para consagrarlas, el Papa Benedicto XIII envió á D. Fr.
Guillermo de Peyrot, religioso dominico, Obispo Baysonense, quien en 18 de
Enero de 1410, después de haber celebrado misa de pontifical en las portadas de
aquellos departamento decorados con preciosos mármoles negro, blanco y amarillento
artísticamente combinados y embutidos(forman hoy la escalera y portadas de las
habitaciones de la Casa Consistorial de Segorbe, y de las de varios
particulares, entre ellas, una casa de la calle de Santa María que ostenta dos portadas
muy hermosas, una de las cuales era la que daba entrada á la Biblioteca de los
monjes). En la iglesia de San Martín, llevó á cabo aquella ceremonia, con
asistencia de todos los conventuales y de varios prelados, entre ellos el V. P.
D. Bonifacio Ferrer, quien fué el primero que santificó con su cuerpo aquel
lugar de eterno reposo, siendo sepultado el día 30 de Abril de 1417.
Pocos años
después, el 29 de Mayo de 1421, jueves por la tarde, á la hora de vísperas, fué
bendecida y colocada en el centro y punto de unión de los andenes que separaban
dichos cementerios, una gran cruz de piedra, de verdadero mérito artístico, estilo
ojival, con molduras y adornos tan ligeros y afiligranados que se parecen á un
hermoso encaje (La costeó Doña Margarita Antonia Maldrich, madre de uno de los
monjes, dicha señora, que falleció en 28 de Marzo de 1431, día de miércoles
santo, fué enterrada al siguiente, después de la misa conventual, al pie de
aquella misma cruz).
A
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la caridad de otras muchas
personas devotas y amantes de la Cartuja, se debe la edificación de algunas
obras, que pudiéramos llamar de carácter secundario.
Consta, que la muy ilustre Sra. Doña Úrsula,
mujer de D. Francisco Careola, Justicia de Aragón, hizo á sus expensas el
primitivo retablo de la iglesia mayor, que después mandó pintar y dorar Juan
Roiz de Moros, ciudadano de Valencia, en 1448; Que Doña Francisca Ramo, madre
del monje D. Pedro Barbera, costeó la capilla y altar dedicados á San Nicolás
Obispo, Santa Catalina y Santa Bárbara, año 1450; Que Mosén Antonio Bou, Doctor
en Sagrada Teología, Canónigo, Vicario general de Valencia y penitenciario del
Papa Calixto III, mandó construir la capilla y altar de San Antonio; Que Mosén
Andrés García, presbítero de la ciudad de Valencia edificó otra capilla y altar
dedicado á San Andrés Apóstol, Santa Úrsula y Santa María Egipciaca; Que en las
cumbres del montecillo más inmediato á la Cartuja, por la parte suroeste, se
levanto la ermita de Santa María Magdalena, por el maestro de obras de Altura,
José Ogueria, con las limosnas recogidas por el padre D. Gregorio Mascarell;
puso la primera piedra el prior D. Juan Tárrega, el día 3 de abril de 1687 y la
bendijo en 28 de Febrero del año siguiente; Que la cerca del huerto grande, que
mide cinco hectáreas de terreno, se hizo en 1647, por precio de 330 libras; Que
la casa llamada de la Nieve, la construyó Pedro Pérez de Begís en 1650; Que la
enfermería, hospedería y botica, se edificaron en los años 1695 y 96, por ministerio
y dirección de Fr. José Pola, maestro de boticarios, profesor de la Cartuja de
Aula-Dei y venido á propósito para ello á Valdecristo; Que en 1698 se mandó
construir sobre la rambla de Montero ó Cánova el magnífico puente que existe al
pie del monte de Santa María Magdalena, contribuyendo para ello el pueblo de
Altura con tandas de peones y un maestro albañil; Que por éste mismo tiempo se
edificaron las dependencias destinadas á carpintería y cerrajería, casa de
criados, la casa del infierno, (llamada así porque en ella se comía de carne); La
balsa ó criadero de peces. Los demás departamentos, como cocinas, cisternas,
baños, hornos, almacería, etc., etc., se construyeron con las rentas propias
del Convento y eran notable por su capacidad, solidez y cómoda división.
E
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ste era el Convento de Valdecristo en su fundación y construcción. Los
manuscritos del V. P. Alfaura, prior de la Cartuja en 1662, de Fr. Joaquín
Vivas, monje del mismo en 1790 y otros muchísimos apuntes, originales, dan
extensos y curiosos detalles de las riquezas que la "Cartuja poseía, de
los insignes varones que la habitaron y de las vicisitudes porque atravesó
hasta la exclaustración. Gerónimo Zurita en sus Anales de Aragón, Viciana,
Escolano y cuantos historiadores se han ocupado del reino de Valencia, hacen
cumplidos elogios de este Monasterio, considerándole como "el más rico é insigne de cuantos tenia la
Religión en España y el blanco de los ojos de todos por la mucha santidad de
sus monjes, que parece que les tenía el Cielo con especial amparo debajo de su
salvaguardia."(Escolano. Historia de Valencia).
El territorio comprendido en el extenso radio que
alrededor del Convento era propiedad del mismo, es todavía fértil y rico;
presenta un contraste risueño y admirable su hermosa huerta entrelazada con aquellos
frondosos olivares y prolongados viñedos, en todas partes se vé la tierra
cubierta de plantas diversas y frutales exquisitos, y el murmullo de sus
abundantes aguas acompaña al viajero por doquiera, formando plateadas cascadas
y describiendo caprichosas curvas, que hacen de aquellos campos una mansión de
deleites.
¡Lástima grande que en medio de tanta lozanía, de
tanta hermosura y poesía no exista hoy el Convento que le dio vida! La pluma se
debilita y el ánimo desfallece al querer fijar ó exponer en estos apuntes
históricos la impresión dolorosísima que hoy produce, en el caminante pensador,
la vista del cuadro triste que presenta lo que fué Valdecristo. Como testimonio de toda aquella suntuosidad y
grandeza, sólo queda un inmenso montón de ruinas, entre las que aún se
distingue el perímetro de cada una de las edificaciones que hemos descrito.
Idea exacta de ello nos dá un sabio historiador y poeta eminente, D. Teodoro
Llorente en su obra.
"Ninguna de las casas monásticas, dice, podía compararse con la
Real Cartuja de Valdecristo, convertida hoy también en inútil montaña de escombros. Visitémosla, aunque se nos oprima
el corazón; salgamos de la ciudad (Segorbe) por la parte de Mediodía; bajemos
el valle por un angosto y solitario camino, encauzado entre los altos ribazos
de la huerta, y al cuarto de hora, daremos con una prolongada tapia: sigámosla
hacia la derecha hasta doblar el ángulo y nos encontraremos ante la puerta de
la Cartuja sombreada un tiempo por fúnebres cipreses. Redondo portal, desnudo
de todo ornato, da entrada al recinto sagrado; á un lado se eleva un sólido
cuerpo de edificio (dependencias de la administración de los monjes) que es lo
único que queda intacto; detrás del muro, en el fondo del vasto patio de
entrada, yergue la iglesia su mole destechada y ruinosa, y abre su artística
portada, desprovista ya del pórtico que la guarecía; á derecha é izquierda
álzanse paredones rotos, torres mutiladas, restos informes y mudos del
profanado monasterio. Para apreciar bien sus vastas proporciones, hay que
doblar la otra esquina, y pasando al opuesto lado dé la rambla de Canova, ver cómo
se desarrolla sobre ella su línea meridional. Parece, no un convento, sino un
pueblo, cerrado por combatida muralla y víctima de espantoso bombardeo. La
Iglesia mayor, las otras iglesias ó capillas, los claustros, las celdas, las
hospederías, los graneros, los lagares, las bodegas, los acueductos, todo está
hecho trizas. La impresión desgarradora que producen estas ruinas, obra, no del
tiempo, sino del hombre, aumenta si penetramos en el recinto de la desolada
Cartuja. A nadie encontraremos en ella, como no haya enviado sus gañanes á
labrar los huertos de los monjes el lugareño de Altura, que es hoy el modesto
propietario de lo que crearon monarcas insignes.
Pavor da entrar en la nave grandiosa de la iglesia, sin arcos ni
bóvedas, y recordar las riquezas artísticas que atesoró; seguir largos
corredores entre lienzos de pared medio caídos; desembocar en los claustros,
que se desplomaron al arrancar sus labradas columnas; ver convertida en frondoso
olivar la inmensa plaza, situada detrás de la iglesia, á cuyo alrededor se
alineaban las celdas aisladas de los cartujos, con sus jardincillos, llenos
ahora de zarzas y de ortigas. Lo que mejor ha resistido esta destrucción
vandálica es la iglesia de San Martín, primitivo templo de éste cenobio, cuya
reducida y severa nave gótica, de fuerte sillería, bien embovedada, desempeña
ahora las modestísimas funciones de establo y pajar."
Y para terminar se relaciona los bienes que al
tiempo de la exclaustración eran propiedad de la Cartuja y que luego se
vendieron como de bienes nacionales.
Era dueño este monasterio de las masías de
Cucalón, Uñoz, Valero, S. Juan, Abanilla, Ribas, la Chapadilla y las dos
Dueñas, con las redondas, dehesas y demás que les correspondía. De los corrales
de Bergada, Berche, Mosen Jaime, Mas, Tejado, Cortapan. Del hermoso molino
harinero llamado de los Frailes. En Altura, del gran Batán ó fábrica de papel
blanco y de estraza, reputada por una de las mejores de España; de dos hornos
de pan cocer, de una ollería y tejería; de 170 hanegadas de tierra huerta,
además del huerto contiguo al Convento; de 300 jornales de viña y olivar; del
tercio diezmo y de los derechos de pecha, humo, panear y producto del ganado.
En Segorbe, de una casa, 73 hanegadas de huerta, 53 jornales viña, olivos y
algarrobos. En Sagunto, de tres casas, 7 hanegadas de huerta, 40 hanegadas tierra
campa, 30 jornales olivar y 201 de algarrobos. En Alcubles, de una casa, dos hornos,
el derecho del tercio diezmo, de pecha, humo y nieve. En Valencia, de una casa.
Era señora además de Castellón de la Plana, Altura y Alcublas con todos los
derechos á ellos anexos, y tenía, por último, una renta de siete mil reales
vellón en pensiones de censos corrientes en varios puntos.
El Convento y huerto pasaron después de la
exclaustración á los señores siguientes. Por escritura otorgada ante D. José
Pastor Soriano, Notario de Castellón, fecha 16 de Agosto de 1841, el Estado, y
en su nombre el M.I.Sr. Intendente, vendió á D. Vicente Zulueta, Arquitecto, el
huerto grande de la Cartuja por 605.450 reales. En 29 de Diciembre de 1849, por
escritura otorgada ante Don Pascual Sanz, Escribano y Notario de Castellón, D.
Venancio Arce, Juez de primera instancia de esta ciudad, con intervención del
Inspector y Administrador de fincas del Estado, en nombre de la Nación, vendió
á D. José Luis Clavero, vecino de Valencia, el edificio que fue Convento, é
Iglesia Cartuja con su patio, almazaras, lagares y demás huertecitos que
contiene, por la cantidad de un millón trescientos mil reales. Y en 27 de
Octubre de 1856 por escritura ante D. Francisco Ponce, Notario de Valencia, D.
José Luis Clavero y Badino, primer propietario de la Cartuja que la compró del
Estado, vendió á D. Jaime Pirera y Mercader, del comercio de Segorbe, D.
Antonio Conejos, Abogado de Valencia, y Manuel Ten, labrador de Altura, el
edificio de la Cartuja é Iglesia con sus huertos, lagares, cubo, molino de
aceite y todo lo demás correspondiente al mismo, por precio de cincuenta mil
reales.
Este fue el final de una gran empresa a partir de
aquí se produjo su destrucción y saqueo, de lo que fue no queda nada, pero el
recuerdo y la historia siempre sobrevivirá y estará por encima de su reconstrucción.