Climent (Notas para una biografía) . Luis Revest Corzo


CLIMENT
(Notas sobre una biografía)



 Es lamentable y, además de lamentable, funesta nuestra falta de convivencia con el genuino espíritu de nuestro pueblo, la tranquilidad con que dejamos perpetuarse un sinnúmero de lugares comunes infundados sobre nuestro carácter y nuestras costumbres, de cuya verdad, y esto es peor todavía, acabamos por convencernos y que a la larga, por influencia refleja han venido a destruir de tal manera nuestro modo de ser, que hoy no nos conocerían aquellos mismos pensadores que en siglos pasados con más profundidad nos estudiaron. '¿Cuál sería el asombro de Gracián si hoy resucitara y viera nuestra irreflexión en el obrar, la irreflexión de los españoles a quienes él alabó por ser gente de espera y de prudencia? ¿Qué dirán los valencianos pasado aquellos graves síndicos de las villas reales que desde las paredes del salón de Cortes aún parecen velar por el Reino con aquella su mesura y calma casi hieráticas si vieran que nosotros aceptábamos como verdadera la afirmación de nuestra versatilidad y de nuestra holgazanería ingénitas coreando les estúpidos versos?
Llevaban por cascabeles
cabezas de valencianos? (2)
 Y lo peor es que ¡ni nuestro patriotismo no es suficiente para vencer la desidia espiritual que nos aparta de nosotros mismo!", tenemos en· cambio la vanidad regional de esos mismos defectos que, aun en nuestro pueblo actual solo existen en una parte, reducida relativamente, viciada por envenenador ambiente de ligereza e ilogismo.
¡Qué sorpresa produce en el que por vez primera se acerca a ellos, la contemplación de los Vives, de los March, de los Ferrer, de los Moncada y de tantos otros varones, olvidados unos, otros desfigurados hasta el punto de habernos acostumbrado a creer su vida caduca de insulsas facecias! ¡Qué asombro la inmensa producción intelectual de los unos, la serena y meditada actuación política de los otros, la armónica estructura de los espíritus de todos, el admirable equilibrio de facultades, la flexibilidad con que su inteligencia y su voluntad les guiaban a tener, corno diría Tulio, la consideración del orden de las cosas y de la oportunidad de los tiempos. Procurando evitar, en cuanto es dado a escasas facultades, aquellos errores y defectos, hemos topado con un curioso folleto cuya noticia será indudablemente grata a los lectores, pues anda ya escaso y no es muy conocido.
Es la biografía (1) de un varón ilustre de nuestra ciudad y uno de tantos metis, (..Que suele dar gritos la verdad en libros mudos) a aquella falsa pintura de nuestro carácter. No vamos a presentar al biografiado; sería imperdonable y ridícula presunción; su memoria vive aún entre nosotros, su espíritu alienta en el Colegio de Niños Huérfanos por él fundado y a través de dos siglos viene dando frutos la ilustrada caridad del Obispo Climent a quien rodea la aureola del respeto de sus conciudadanos.
El libro está escrito con sobria austeridad; el autor se había educado literariamente al lado de nuestro egregio paisano, uno de los 'contradictores más firmes del gerundianismo lo que combatió con la palabra y con el ejemplo; en aquellas líneas jugosas y sugeridoras puede estudiarse minuciosamente la figura de Climent y con su ayuda la imaginación reconstruye con facilidad la fisonomía moral del prelado castellonense.


 Fácilmente podemos representarnos el medio en que pasó Climent sus primeros años. Es una de esas casas de labradores hacendados; con un zaguán ni muy amplio ni muy chico; en él unas cuantas sillas de cuerda siempre en el mismo sitio y siempre las mismas; el carro en un ángulo, el mismo siempre; en otro, detrás de la puerta, una horquilla de madera, un azadón; al entrar se percibe ese perfume sano e inconfundible producido por la leña fuliginosa por la seca hierba del pajar, por el pan recién cocido, por el piso terrero con frecuencia regado. Esa alegría constante y serena -que solo medra al calor del trabajo honrado y esa 1uz especial que proyecta en la casa la presencia de un niño, animan la tranquila quietud del hogar. Alguna vez se acerca un pobre a la puerta; como se trata de personas ricas según su estado y la villa en que viven son pocas las veces se marcha sin un pedazo de pan cuando menos; tal vez es un muchacho desarrapado y hambriento y entonces suele mezclarse, en los juegos de la vecindad; la Sra. Teresa le mira con ese afecto especial de la madre hacia el niño que es compañero de juegos del suyo y aumenta la acostumbrada limosna acompañada de alguna caricia, de alguna pregunta; Climent va aprendiendo que hay niños que no tienen padre, que han de buscar trabajosamente el pan del cuerpo, que no encuentran quien les distribuya el del espíritu, que no conocen aquella alegría y aquella paz que él a todas horas observa en su casa.
 La estación y el giro del año es lo único que hace variar los quehaceres sin que el quehacer aumente o disminuya, y ese espíritu de rectitud, de justicia, de sujeción a una ley ética externa, inviolable, que engendra la contemplación de las leyes inmutables de la Naturaleza, siempre la misma y siempre distinta, abre profundo surco en la inteligencia y la voluntad del futuro Obispo de Barcelona.


Estudiante en Valencia, su vida es de trabajo silencioso; en torno suyo solo vemos papeles y libros. "Después que aprendía las lecciones que le señalaban los maestros -dice el biógrafo-su único entretenimiento era variar el trabajo con la lectura de los oradores, historiadores y poetas. “Alguna vez sale a despejar la cabeza, a aquietar los nervios hiperestesiados por largas sesiones de estudio; entonces le distrae el trabajo de menestrales y labradores; la inspección del taller del carpintero o del curtidor, del cuidado que exige la mies o el gusano de seda, le entretienen e impiden que cristalice en su cerebro la idea de que la vida está solo en los libros, le enseñan la importancia de las cosas aparentemente pequeñas, le apartan “del escollo de los grandes talentos que suelen deleitarse únicamente en empresas vastas y descuidan en las cosas pequeñas.” Climent no olvidara más tarde estas ideas recogidas como el ocaso, le veréis cuidadoso de los pormenores, solicito por esas grandes”cosas insignificantes mientras se le confían misiones delicadas o se sumerge en las ondas abstracciones de la Suma de Santo Tomás.
 En todos los actos de su vida le veréis estudiar los problemas y abarcarlos en toda su complejidad; atenderá a todas las necesidades materiales y morales de sus feligreses y sin embargo de las mil obras sociales (la cosa vino mucho antes que la palabra) en que se ocupa, de sus limosnas inverosímiles, de las edificaciones que emprende y termina, las rentas de la Mitra subirán como la espuma y es que la severa economía de Climent encontrara mil inutilidades que cercenar, cosas pequeñas que le hubieran impedido realizar grandes cosas.
 La instrucción le preocupa y atiende a todo y a todos; crea escuelas gratuitas y de primeras letras en Castellón, Valencia y Barcelona, pero no se olvida de su conservación y cuidado y durante mucho tiempo le veréis estudiar el modo que su subsistencia quede asegurada y en medio de sus graves tareas desciende al los detalles mínimos como corregir la cartilla en que han de aprender a leer los niños de sus escuelas de Barcelona. ¡Cuántas reformas proyectadas en aquel siglo hubieran salido a flote si las hubiese dirigido un hombre de comprensión tan vasta como Climent!
  Y entre estas ocupaciones y las ediciones que promueve y costea, las intrigas cortesanas que pretenden manchar su fama y desprestigiar su doctrina sin más resultados que abrillantar su figura, cumple los deberes de su cargo con minuciosidad admirable. El método riguroso que preside sus actos le permite hallar tiempo para todo. “En la distribución de sus horas – dice el biógrafo – fue sumamente exacto. A las seis de la mañana o algo más tarde en invierno, al primer aviso del Page de cámara se levantaba con puntualidad con que pudiera un criado a la orden del amo.”
 Y eso fue Climent; un criado un verdadero esclavo de aquella ley ética que con toda claridad comprendió su inteligencia y guio como vara de hierro su vida; y lo más digno de ser notado y admirado, supo ser modelo de magnánima benevolencia y de beneficencia ejemplar aquel hombre que ajusto su conducta pública y privada a la más severa justicia. Y es que daba cuanto era suyo, sacrificaba cuanto estaba a su alcance sacrificar; las molestias, las asperezas, los disgustos los sufría gustoso con tal de favorecer a cualquiera; perro no cedió nunca un ápice de lo que no era suyo, no quiso pasar plaza de generoso usando lo que no le pertenecía. Daba cuanto poseía, pero tenía cuidado de no dejar usurpar la parte de los verdaderos necesitados por los holgazanes y vividores; … la alta idea que tenia de su dignidad le hacía creer que cuantas gracias hiciera y también de cuantas limosnas diera, habían de distribuirlas justamente a los más acreedores… Solo servían los empeños para hacerse más diligente y cauto en los informes, y solía decir aquel refrán: “Muleta traes, señal que eres cojo”.
Y pasando por alto un sin número de pormenores que confirman la idea de su imponente grandeza, copiamos para terminar estos párrafos que no necesitan comentario alguno:

“Desde poco después de su retiro venia ordenando su testamento, en cuyas disposiciones resplandece su justificación, de su equidad y su misericordia. De tres géneros eran sus bienes: libros y muebles adquiridos cuando fue Cura y Canónico de Valencia, otros libros adquiridos durante su episcopado, y los bienes patrimoniales; y de estos unos les venían por la línea materna y otros por la paterna. Por razón de los primeros ya muchos tiempo ya que mantenía en Valencia dos escuelas gratuitas de primeras letras y doctrina cristiana, una en la parroquia de San Bartolomé de donde fue Cura, y otra en la calle de Murviedro y para que subsistan perpetuamente, las dotó señalando y donando unas casas que para este fin había fabricado en la ciudad, y producen renta suficiente para mantener ambas escuelas. Los libros adquiridos en 'Su episcopado mandó que se separasen del resto de su librería, y se enviasen al Episcopal de Barcelona. Mandó también que el dinero de su pensión que se hallase existente al tiempo de su muerte, con la prorrata que se debiese, se entregase a los Párrocos de Barcelona y de los pueblos del obispado en que la mitra tiene diezmos, para que lo distribuyesen todo en limosnas a los pobres. Por razón de los bienes que pertenecían a la dote de su madre, fué dando en vida varias porciones a los parientes de esta línea; por manera que decía haberles dado al menos tanto como había percibido, y además les legó en su testamento algunas alhajas de plata que conservaba.
 Y porque de la línea paterna no tenía parientes en grado conocido, quiso que sus herederos en los bienes patrimoniales fuesen los pobres de Castellón de la Plana donde sus mayores los habían poseído y disfrutado. Y así los destinó para la fundación de un Hospicio o Colegio de huérfanos hijos de aquella villa etc..."

Y si este es solo un ejemplo como hay muchos, el pueblo que produce hombres de temple semejante ¿es holgazán, es versátil?  Y que sean coreadas tales afirmaciones por hijos de ese mismo pueblo ¿no es indigno?- ¿No es vergonzoso?

LUIS REVEST CORZO




(Revista de Castellón Nº 60  año 1914)


(1) Breve relación de las exequias que por el alma del Ilmo. Sr. D. Josef Climent celebró su amante familia en el Convento de Predicadores de Barcelona en los días 19 y 20 de Diciembre de 1781, con la oración fúnebre que dijo el Dr. D. Félix Amat... y un elogio histórico para ilustración de la oración fúnebre... Barcelona. Bernardo Pla 99 pág. 4

(2) "Llevaban por cascabeles / cabezas de valencianos" (Gerardo Lobo)  (Guerra de Sucesión).